Autobiografía lectora de Emma L. Piaggio

Cómo vivir mientras se lee

Mi primer recuerdo con los libros es el de mi papá, leyéndome Todos los cuentos de los Hermanos Grimm, antes de irme a dormir (en la foto estoy yo con el libro) . Claro que se salteaba los sangrientos, que hay bastantes. A veces escuchaba todo el cuento, otras me dormía antes. Años después, lo fui leyendo todo, al azar, e iba marcando (con birome en el índice, horror) todos los que ya había leído.
Lo que saqué de ese libro es que en los cuentos de hadas o típicos, las cosas van de a tres o de a siete, Dios y el Diablo caminan por la tierra y que no conviene ser lx hijx menor.

No sé si es por este comienzo lector que uno de mis géneros favoritos es fantasía. Igual, la fantasía es un acompañante, puede                                                                                                            ser combinado, a mi preferencia con aventura.

De este género destaco a la saga Terramar, de Úrsula K. Le Guin, y los libros de Leo Batic (autor argentino). También los relatos de Liliana Bodoc; su saga de los Confines me movió/mueve mucho y me hizo exigirle mucho más al fantasy latino que se esfuerza en imitar al estadounidense o europeo.
El otro género que me gusta es misterio, o policial. Especialmente cuando se “juntan las piezas del rompecabezas” al final. Mi autor preferido de este género es Arthur Conan Doyle, que además de la colección de Sherlock Holmes, tiene otros relatos de este tipo. Y me encanta el Padre Brown de G. K. Chesterton, que analiza también el factor humano.

La lectura es una parte muy necesaria de mi vida. Leo porque me lleva, me entretiene y/o me hace pensar. No me da vergüenza decir que es también para escaparme de la realidad por un rato.
Mi razón más fuerte es porque me da placer. Releo los libros que me gustan, no necesito una novedad frecuente. Es más, si me siento mal, o puedo llegar a sentirme mal, releo un libro que sé que me gusta mucho, no me preocupa ya saber cómo termina.
No tengo un sillón para leer, una temperatura, un horario. Lo que sí tengo es una anécdota; cuando hacía handball en el hermoso club Platense, hacíamos  pausas de cinco minutos para tomar agua y descansar. Yo corría a los bancos y con una mano sostenía la botella en la boca y con la otra sacaba el libro de turno y pasaba las páginas, a las apuradas hasta que nos llamaban de nuevo a entrenar. El calor del entrenamiento, el cielo enorme y atardecido del club, el apuro,  se me juntan en el recuerdo; era en verdad una desesperada.
Ahora ya no es tan así; ahora tampoco hago handball, pero sí me llevo el libro a todos lados, a la cama y a la escuela y a donde sea. Aprendí a no leer en clase porque descubrí de muy mala manera que aumenta las posibilidades de que me saquen el libro. Pasó solo una vez, pero para mi yo de 10 años fue terrible.
A los 12 años me agarró  un fanatismo tardío por Harry Potter, saga que a día de hoy critico muchísimo; por esa época leí el quinto libro, de 925 páginas, en una semana. Hasta hoy es mi lectura más larga (y más rápida en relación al largo) ; vale decir que estos libros no son muy complejos de leer, ni de entender. Pero en su momento, la gente se sorprendía.
Cuando era chica, les anotaba en la página en blanco mi nombre, apellido y teléfono de casa y celular de mi mamá por si se perdía; esa posibilidad me daba mucho miedo y confiaba en que cualquiera que lo encontrase lo ayudaría a llegar a casa lo más pronto posible. Con los años dejé de hacerlo.
Ahora los marco las frases o párrafos que me interesan, y en la página en blanco anoto los números de las páginas que marqué (todo en lápiz), así encuentro mis partes favoritas fácilmente.
Si presto el libro, lo hago con la explícita recomendación de que no lo marquen, ni le hagan la famosa orejita en la esquina. No le tengo miedo a una arruga involuntaria o a que se demoren en leerlo; lo que sí, si lo doy y no lo leen, y no lo van a hacer en un futuro cercano, prefiero que junten polvo en mi casa.
Presto libros a cualquier persona en que confíe. Mientras más confianza haya, van desbloqueando mis libros más queridos y cuidados.
Para tener tanto gusto por el dibujo, no tengo muy desarrollado el “ojo de la mente” que es necesario para las descripciones escritas de lugares y espacios. Me cuesta entender lo que intentan mostrar. Entonces, si el párrafo es muy largo lo salteo, ya que de todos modos no me iba a servir de nada.
Leo a un ritmo rápido, pero también depende de muchas cosas; mi nivel de interés, el ritmo del relato y si estoy en un “entre”. O sea, esperando algo que va a pasar rápido (atenta al timbre del recreo, que haya algo en el fuego). Si estoy en la calle, saco el libro en la parada del colectivo, pero estoy alerta, tratando de dividir mi consciencia entre mi situación física y la lectura; en el transporte público me relajo casi completamente. Leo parada, en espacios reducidos, acostada, o en medio de un aula (cuando no hay peligro de que me saquen el libro).
Desde que empecé a leer hasta hace más o menos dos años, iba a buscar cosas nuevas a las librerías; Yenny-El Ateneo, Cúspide, etc. Libros nuevos, “actuales”, una literatura juvenil que ya no me interesaba.
El año pasado descubrí una librería de usados en Cabildo al 1100 (ahora se mudaron a una cuadra) con mucha variedad y buenos precios, de donde saqué varias cosas interesantes. Cuando termine esta cuarentena, tengo planeado hacerme socia de la Biblioteca Popular de Saavedra, uno de mis dos barrios, que además tiene talleres y actividades.
Para mí, la lectura obligatoria puede ir de dos maneras. Me interesa el texto entonces lo leo rápido y sin mucho lío, o no me interesa y tengo que motivarme con la nota, o la esperanza de que mejore.
A veces parece que nosotr, lxs estudiantxs, nos tomamos la nota demasiado en serio, y es cierto. Porque de la nota depende: cantidad de horas de sueño, vacaciones, agotamiento emocional, ver o no a amigxs… Es importante, y es una motivación válida,a mi parecer.
La literatura en la escuela debería ser algo que uniera a todo el curso en participación, aunque signifique dejar de lado textos “clásicos” y algunas maneras ortodoxas de enseñar. Debería ir más allá de una comprobación de lectura, con textos que reflejen situaciones actuales (o consistentes en el tiempo y hasta ahora) y ejercicios pensados para que toda la clase participe.
Como seres sociales, siempre estamos buscando maneras de conectar con el otro; la literatura es ideal para unir un aula, una escuela.
Conocer al otro a través de la lectura y conversación, y al mismo tiempo enriquecerse uno de puntos de vista distintos, es un gusto.

Comentarios

  1. Lo que leímos, el momento y el lugar en que lo hicimos, el recuerdo de esa lectura, dibuja también la propia historia. Cuando los libros están con nosotros desde la infancia, cuando hemos armado un vínculo amoroso con ellos, sutil manera de reeditar el amor de quienes nos los acercaron, leer es entretenimiento y, además, una tarea fascinante, provocadora, apasionante y, muchas veces, reveladora de nosotros mismos. Paradójicamente, la distracción atrae hacia sí al que quiere alejarse yéndose a ese mundo imaginario, donde termina por encontrarse.
    La lectura obligatoria nos enfrenta a asumir responsabilidades, lo que implica hacerse responsable de no leer o de hacerlo, porque leer sólo será una elección y un acto libre si se sabe leer. Acá, entonces, aparece la escuela que no está para hacer lectores, para eso están los libros ( miles de historias maravillosas, de palabras que parecen recién salidas del horno o piezas de una antigüedad estremecedora, la imaginación y el juego, la necesidad y el deseo); la escuela nos enseña -o debería- a leer y escribir con otros. Además, coincido con vos, ya que la lectura se da siempre en soledad resulta buenísimo encontrarnos en un espacio para pensar y aprender juntos.
    ¿Quiénes se toman el tiempo de leer estas autobiografías o los cuentos escritos por sus compañerxs o las participaciones en el foro? ¿Quiénes aceptan el desafío de aprender sin pensar en la nota? ¿Por qué leer un resumen de un libro les parece igual que leer el libro? ¿Es lo mismo ver la película que te la cuenten? ¿Por qué les preocupa no aprobar pero no les molesta no saber explicar una idea o escribir un pensamiento o nombrar una emoción?
    Bienvenidxs los que tengan ganas de dejar de lado la costumbre que domestica. Esta es la invitación pero se hace difícil con esta distancia.
    Gracias por compartir.

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