"Amor añejo" - Lucas del Rio




“Quique, te amo” fue lo último que escucho de ella. Ahí fue cuando su mundo se derrumbó. Todo lo que había amado durante décadas se alejó y él no pudo hacer nada. Era como si hubiese visto a la muerte llevársela en esa camilla. Fue entonces cuando un mar de lágrimas brotó de su cara, inundando con su angustia la sala de espera. Aunque el mismísimo Dios se le presentara en la cara y le dijera que se la llevó para que estuviese mejor, no iba a frenar. Se había ido.

Las fuertes brisas del otoño golpearon contra su pena al salir del hospital. Llevaba consigo las pocas cosas que quedaron en su cuarto, y aún así, le pesaba. Le pesaba la cantidad de recuerdos que arrastraba. Subió a un taxi, y con la poca voluntad que tenía, le dijo la dirección de su departamento. Fue el viaje en auto más largo de su vida, aunque solo estuviera a diez minutos por General Paz. No se podía hacer la idea de llegar y no encontrarse con esa luz que tanto la caracterizaba. Le tenía miedo a la oscuridad que se encontraría y en la cual debía vivir el tiempo que le quedase. Al llegar, todo era como lo imaginaba. Gris. La casa había perdidos todos sus colores. Vació la caja del hospital, y se dio cuenta de algo. El libro que estaba en su mesita de luz tenía una nota. “Léeme” decía. Nunca entendió la afición que ella tenía por leer. Cómo se metía tanto en esos “mundos”, como le decía, y se pasaba horas, días, meses, años leyendo. Fue esa intriga por comprender los mundos de su esposa, que, sin pensarlo, cazó los lentes y el saco, y salió a la calle. Decidió sentarse en el banco de la plaza, que se podía ver desde el balcón del departamento. Se sentó, abrió el libro, y no pudo contenerse. Un extenso mensaje de Mirtha estaba escrito en la primera página. Tenía de todo, recuerdos, anécdotas, fechas, pero los más importante era la despedida. Recién lo había abierto y no podía contenerse. Era como si fuera una regadera con agua infinita. Decidió continuar. El título de la novela no lo entendía. “Carpe diem”. No le sonaba de nada. La historia era medio rara, era sobre una pareja que sólo podía estar junta durante los equinoccios. Le resultaba una estupidez, algo imposible, ficticio. Las páginas corrían y aún sin entender, continuaba. Había algo raro que le impedía detenerse. Las horas pasaban, los locales cerraban, pero él continuaba. Leía lo más rápido que sus ojos le permitían. Empezaba a sentir frío, pero la intriga lo comía por dentro. Necesitaba entender porque era tan importante para ella. Mientras más leía, más veces repetía el título. “Carpe diem, carpe diem, carpe diem” era su único pensamiento. Seguía sin entenderlo. Los capítulos pasaban, la pareja se juntaba, se separaba, se juntaba, se separaba. Parecía un bucle infinito, hasta que llegó ese dichoso capítulo final. El hombre nunca llegó para juntarse. Quique se sorprendió. No comprendía lo sucedido. “¿Cómo que no fue?” pensó. La mujer de la novela rompió en llanto, y Quique también. Él sentía que la comprendía y deseaba poder entrar en el libro para poder abrazarla y decirle que no pasaba nada. La historia terminaba con la mujer mirando al cielo y diciendo “Gracias por todo”. Quique se preocupó, “No puede ser” repetía en su cabeza. Ese no era un final feliz. Y era lo menos que necesitaba en ese momento. Pasó la última página. De repente, sus ojos se abrieron de tal forma que parecían dos canicas recién lustradas. Un breve texto parecía brillar en la contratapa del libro. Decía “Carpe diem: aprovecha cada día, no te fíes del mañana”. Fue entonces, cuando su cabeza hizo clic. Ahora lograba comprender porque su esposa lo llevó al hospital, por qué se lo dedicó. Ella sabía lo que significaría no estar, por lo que necesitaba dejarle algo al amor de toda su vida.

Quique se levantó, miró para el cielo, y mientras lloraba dijo “Gracias por todo”.

Comentarios

  1. Lucas, acertás muy bien en el vínculo de esa lectora con los libros: ella sabe que el que lee nunca está solo y, además, es un hábito amoroso y sanador. Creás un entorno verosímil y contenedor para tu personaje: la viudez repentina y el lazo de la lectura que lo une a su esposa, después de la pérdida. En definitiva, da ternura y conmueve.
    Si bien el texto está muy bien escrito, falta una elaboración más atenta al uso "extrañado" del lenguaje, menos previsible. Narrar no es decir qué sucede sino hacer que suceda y confiar en que el lector asuma el juego, las insinuaciones, los indicios. La literaturidad queda pendiente.
    ¡Muy buen trabajo!

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