Besos al sol - Emma L. Piaggio


El contacto con el pasto le hacía picar los brazos, el costado izquierdo comenzaba a acalambrarse. Y Mariana seguía leyendo, esforzándose por no prestarle atención al mundo exterior, que parecía tentarla a que parase. No se podría decir que estuviera completamente fascinada con el libro, más bien luchaba con ése, pero lo disfrutaba. 
Plaza Francia estaba llena de gente a esa hora, era un día radiante de noviembre y no había una nube en el cielo. La gente venía en parejas; ella estaba sola. Ángela estaba en el departamento, concentrada en una pregunta particularmente compleja. Tampoco le había ofrecido venir; hasta no terminar el dichoso libro, no quería recibir ningún comentario ni pregunta. Sería justo, había sido su amiga quien lo había recomendado, lo había traído de su casa pero ya lo había leído, y se lo ofreció a Mariana mientras se sumergía en sus estudios. Lo había tomado, no muy segura. “Dormir desnuda” Antología de poemas, autora de apellido impronunciable, posiblemente de origen polaco, argentina,  casi cien páginas. Lo había ojeado; los poemas no eran ni muy cortos ni muy largos. No podría decir qué fue lo que la hizo agarrarlo a las apuradas y huir a la Plaza soleada. Una mezcla de curiosidad,  de devoción hacia Ángela; quería tener algo para discutir con ella, quería hablarle como antes lo hacían, hasta tarde.
Leer se le dificultaba. De adolescente, sólo consumía revistas y las historietas en el dorso del diario Clarín que leía su padre. Le costaba mantener la concentración, y poder ver más allá de una palabra. Ahora, unos años más tarde, eso le pasaba factura.
A pesar de todo, el libro le resultaba entretenido, su cuerpo ignoraba las molestias y el vientecito en la cara la animaba. La escritura era fácil de seguir, dando vueltas redondas sobre sí misma. La autora mezclaba los cuerpos y las cosas cotidianas, la hacía sonreír a veces, y otras reflexionar. Por ejemplo, un pasaje decía  «ojalá fuera sillón, y sintiera todo el tiempo tu peso en mis piernas » y ahí sonreía. Pero «lo redondo me da ternura, los bordes suaves son más atractivos que los agudos», y entonces su cabeza se obsesionaba con la idea de las curvas; la loma sobre la que estaba recostaba, el arcoíris que había visto el otro  día, el cuello de la remera holgada de Ángela, que dejaba ver la clavícula huesuda y un lunar oscuro justo debajo. Tenía un diseño de Guns N’ Roses, banda que apasionaba y quería ir a ver sí o sí, cuando vinieran al país, o a Buenos Aires que es lo mismo.
Las palabras de la autora le provocaban ese tipo de divagaciones, descubrió, pero rápidamente volvía al ruedo, le gustaba. «Busco un secreto que era mío, lo perdí en otra persona» leyó. Cuando eran más chicas, se contaban de todo con Ángela. Había confianza. Y Mariana confió una parte muy suya, muy secreta. No valió la pena. Tuvieron un distanciamiento, pero no lo soportaron más y hablaron de nuevo. El secreto quedó sellado en las dos, una vergüenza que había dejado marca.
Eran amigas desde la primaria. De alguna manera, consiguieron salvar ese vínculo de las zozobras de la adolescencia, aunque no sin dificultades. Mariana se había independizado demasiado joven, según los gustos de su mamá. 20 años le parecía una buena edad, ya no se bancaba más la vida en familia. Finalmente sus viejos tendrían un descanso.
El departamento estaba en Núñez, había venido en el 130, que la dejó justo en Libertador y Pueyrredón. Estaba bastante contenta. Tenía una perra, casi cachorra. Trabajaba en un supermercado a unas cuadras. Ángela estaba en su departamento porque necesitaba avanzar con sus trabajos de la facultad (estudiaba Comunicación), y en su casa no había Internet, estaba cortado hasta nuevo aviso. Era por unos días nada más, lo que iba a tardar en arreglarse el problema, pero tenía una fecha de entrega cercana y tenía que terminarlo. A Mariana le pareció bien la idea, últimamente sus reuniones se espaciaban más y más, y no creía que fuera el momento de perder a alguien que había sido (y era) tan importante para ella. Le tenía un cariño especial. Dormía en el sillón. Mariana había pensado en ofrecerle dormir en la cama grande con ella, pero algo la detenía.
Volvió a la página inclemente.  Leería. Necesitaba hablar con ella, recuperar lo casi perdido. Esta vez la autora estaba hablando de amor, decía «te quiero sin saber cómo, muero por ser parte de tus noches profundas» Mariana se sobresaltó. El poema se llamaba “Para Emilia”. Estaba hablando de otra mujer, así, sin ningún problema. Tragó saliva. No era que le pareciera mal, sólo… ella no podría hacerlo. Hablar de esos pensamientos, sentimientos… Estaba demasiado velado, era una otredad que no reconocería como suya, no. Era para salvarse, cuidarse, escudarse. Una nube pasó sobre la loma. Cerró el libro, se miró las manos. 

Era una traición, lo sabía. Si hubiera podido en ese momento, hubiera escuchado a su corazón, que quería con todas sus fuerzas estar ahí, en esa loma, con Ángela, despreocupadas como esas parejas, dándose besos al sol.


Comentarios

  1. Emma, elaborás una historia con un ritmo excelente, marcado por el vaivén entre presente y pasado, adentro y afuera del libro y la distancia entre Núñez y Plaza Francia, mientras una lectora al leer se lee. Escena bella y dolorosa, aunque queda abierta la posibilidad de que sucedan los besos al sol.
    Se destacan el tono de la voz narradora, la manera sutil para ir desgranando la historia y el uso de indicios desde el comienzo.
    ¡¡Muy buen trabajo!!

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